El Museo del Prado: una joya madrileña
Musée du Prado – Les Ménines, Vélasquez, 1656
En 2017, visité por primera vez el Prado en Madrid, uno de los museos de arte más conocidos del mundo. Inmediatamente quedé cautivado por su grandeza, riqueza y majestuosidad. Impresionado con el número de obras maestras por metro cuadrado, me dejé maravillar por la magnífica colección de pinturas europeas de los siglos XIV al XIX, reunidas por los Habsburgo y los Borbones.
Visitar todo el museo en unas pocas horas es imposible, es necesario disponer de un plano para crear tu propio recorrido en función de tus intereses y, sobre todo, tener en cuenta el tiempo. Estábamos en pleno mes de agosto, con el intenso sol de la capital española en todo su esplendor, que la convertía en un auténtico horno. Gracias a Dios, las salas tienen aire acondicionado. Al pasar por ese laberinto de colores y salas, experimenté uno de los mayores impactos de mi vida.
En realidad, no uno, sino más bien uno detrás de otro…
Aunque es difícil elegir, destacaría estas cinco obras maestras que, de diferentes maneras, me conmovieron totalmente:
- El jardín de las delicias, de Jérôme Bosch (pintado en torno a 1500), por su fuente inagotable de detalles sorprendentes, representando al infierno, el paraíso y la vida terrestre. Una multitud de pequeñas escenas en un tríptico de grandes dimensiones (220 x 386 cm).
- Las Pinturas negras de Goya y especialmente el Perro semihundido (1820), por su atmósfera a la vez sombría, trágica y agonizante. Una gran belleza pictórica.
- Las meninas de Velázquez (1656), por los juegos de luces, las perspectivas y los reflejos donde el espectador tiene la impresión de estar en el centro del lienzo.
- La adoración de los pastores de El Greco (1613), por su composición y sus imponentes dimensiones. Los cuerpos deformados, desproporcionados, así como los fuertes contrates de luz crean un dramatismo surrealista. La luz que parece emitir Cristo sobre los rostros de los pastores descalzos les da un tono de piel casi cadavérico.
- El triunfo de la Muerte de Pieter Brueghel (1562), por su descripción de la Apocalipsis, una alegoría que representa diversas formas relativas a la muerte. En una revista de mis abuelos, esta obra ya me había marcado enormemente, a pequeña escala, por su atención al detalle.
Sin duda, tengo que volver a visitar el museo en los próximos años tomándome más tiempo para admirar estas magníficas creaciones. Todavía más cuando la institución ha evolucionado, especialmente con el Reencuentro, que presenta una selección de 190 de las obras más importantes, agrupadas en la nave central y presentadas de la misma forma que cuando se inauguró el museo en 1819.
También con la reapertura de la sala dedicada a Jérôme Bosch, que fue sometida a una profunda renovación para permitir una percepción mucho más clara de los lienzos. En la actualidad, la sala ofrece una animación donde se suceden detalles sorprendentes de las obras expuestas, a veces ampliadas hasta doce veces su tamaño original.
Página web del Museo del Prado